El ser fanbolero te hace acreedor a un sin fín de momentos llenos de pasiones, y si hablamos de músicos representativos del fútbol, Andrés Calamaro tiene muchas anécdotas.
Texto: Ángel Armando
Comprando Espejos en Forma de Balón
Para llegar de la Estación Barrio Once al Estadio Libertadores de América – Ricardo Bochini hacen falta entre 15 y 20 minutos en automóvil. Cuando Andrés era muy joven se hacía menos tiempo y se sentía más alegría.
Era fácil recorrer esa distancia cuando él era joven. Era fácil y había mucha motivación. Cuando nació había seis trofeos de la Primera División Argentina. Es sencillo querer a quien gana y es más sencillo querer cuando se gana más.
Recién tenía dos años y llegó el trofeo más deseado por el futbol de clubes de su país: la Copa Libertadores de América. Ningún equipo albiceleste lo había logrado hasta que el rojiblanco lo hizo. ¡Orgullo!
Igual, lo mejor estaba por venir. Qué delicia es enamorarse; Qué sencillo es apasionarse cuando hay un ’10’ que te ayuda a olvidar las cruces o los ceros. En la década de los setentas hubo un nombre propio en la Argentina del dolor que hacía de las tardes, tardes de euforia, y con la euforia, noches de sueño.
La Copa más linda de Sudamérica fue de Independiente cuatro veces mientras el protagonista de esta historia jugó a ser adolescente.
Duele, duele no ganar, pero duele más ganar en 1978; duele más asumirse de una quinta a la que le tocó crecer viendo a su alrededor paranoia y dolor. No hay ningún sitio de mayor soledad que un estadio vacío, o un estadio lleno sintiendo vacío en el pecho. En tiempos de dictadura a veces la zozobra le hace partido a la pasión.
“Porque vivir es jugar, y yo quiero seguir jugando”.
Y “sin gloria, pero sin pena”. Andrés, el varón de Once cometió el crimen y su corazón cumplió la condena… a medias.
Teniendo un Ídolo
Andrés Calamaro es un aficionado al futbol… y no le da pena decirlo. En sus canciones hay referencias a un Dios y a un templo. Su religión (o una de sus religiones) se profesa en la cancha y en la tribuna.
En 1990, cuando ya era Calamaro en las radios argentinas y no sólo un exintegrante de los Abuelos de la Nada y compositor exitoso decidió dar el salto.
A los 32 años los ídolos ya no piensan en un reto mayor en su carrera, quieren consolidarse. Pero Andrés ha sido más que un ídolo.
Independiente nunca más volvió a ganar una Copa Libertadores después de 1984. Un regalo de fama, de orgullo, de honor, un regalo de grandeza en un país que empezaba a desenterrar fosas y a sentirse libre, libre como un enganche, libre como Bochini, el ’10’ que se iba para hacerse leyenda.
Se hizo ídolo de los ídolos e idolatró a otros; otros como Diego Armando Maradona. Maradona, por cierto, era hincha de Bochini y Andrés también. Qué fácil hacerse amigo del que inspira y amigo del que se inspira en el mismo genio. Ahí va la genialidad.
Se fue a España en 1990, en la era pre internet. “¿Real Madrid? Ah, sí, donde juega Jorge Valdano y donde jugaba Alfredo Di Stéfano, el Di Stéfano de los diarios“, habrá pensado cuando llegó para ser una figura más de Los Rodríguez de Ariel Rot.
“¿Cómo vas a saber tú lo que es una rivalidad si nunca tocaste en el mismo grupo que un fana del club opuesto de la ciudad?”.
la frase pudo corresponder a Walter Saavedra.
Si a Walter le hubieran preguntado por Andrés Calamaro, por Ariel Rot y por Los Rodríguez. Andrés se hizo del Real, Ariel era del Atlético y Los Rodríguez eran simplemente de Madrid.
Compañeros Fanboleros
Andrés se hizo también de Valdano. Juntos forjaron una de las sociedades de pensamiento más valiosas en la historia del futbol y de la música, en la historia de la cultura del jamón serrano y del choripán. Qué delicia, qué maravilla la conversación con Ángel Cappa, el cerebro que se asoció con Jorge para pensar vestido de blanco y hacer sentir al músico de sangre. Qué juego y qué locura.
De hacerse, hubo una canción que se hizo de Andrés aunque él no la hizo y no se hizo ahí.
Después se hizo amigo de Guillermo Galván, guitarrista de Vetusta Morla que también es del Real. Y no lo supo hasta que vino a México y quien escribe esto le preguntó -y sin querer le reveló el secreto- por esta parte de la relación entre ambos. La pelota siempre tiene algo nuevo para lucir.
“Cuando era niño y conocí el Estadio Azteca me quedé duro, me aplastó ver al gigante. De grande me volvió a pasar lo mismo, pero ya estaba duro mucho antes”, dice Alejandro el ‘Cuino’ Scornik y canta Calamaro.
Imposible saber si Calamaro estuvo en la Ciudad de México antes de 1986, cuando ya tenía 21 o antes. Dice Juan Villoro que “el futbol es la recuperación semanal de la infancia” y Andrés se hizo Andresito el 22 de junio de 1986 con los goles de Maradó a Inglaterra y una semana después, con Diego confirmando que ya era D10S.
Andrés, entonces, le cantó a su santo patrono. Le cantó, lo llevó a su casa, a sus templos, a su vida, a su corazón y quiso que sus almas fueran una sola. Y Diego también, porque D10S es rockstar cuando quiere, pero demuestra su mortalidad cuando lo atrapan, y Calamaro vivía de ser rockstar hasta que ser rockstar amenazaba con matarlo, pero la pelota y la guitarra, esas nunca se manchan, no se matan y tampoco se mueren.